El ajedrez de las sombras
Jaime Sánchez Ratia
La mota negra, 1997
"...Durante los largos días de invierno, la nieve solía cubrir no pocos meses las contadas techumbres de Falcet. El bosque era impenetrable entonces, no sólo porque los caballos se hundían en la nieve hasta la panza: los lobos eran los dueños y señores del territorio en aquella estación. Había tantos que no pocas veces se atrevían a merodear por las casas y llevaban a cabo grandes matanzas, que estremecían al pueblo y le hacían encerrarse todavía más. Algunas noches, los aullidos de los lobos se confundían con los gemidos de las plañideras tras alguna desgraciada pérdida. Yo los escuchaba desde mi lecho y permanecía quieto, aterido e insomne hasta el alba.
En sus años de juventud, mi padre había mantenido estrechas relaciones con los sarracenos. Esta era la principal causa del desagrado que su presencia producía entre algunos miembros de la corte. Por haber vestido los hábitos menores, preparándose para servir a Dios, había entrado en relación con Raymond de Penyafort, que a la sazón era epíscopo de Barcinona y hombre muy versado en letras. Por azares del destino y dada su facilidad para el manejo de las lenguas, fue destinado, junto con otros novicios, a aquella ciudad, en donde le fue encomendado el estudio del arábigo y del hebraico, a fin de mantener disputas con los sabios judíos y sarracenos de Valencia y Aragón. (...)"
(Recuento de almas, cap. I)