Durante unos años practiqué la pintura, que es básicamente una batalla campal y solitaria, abocada al fracaso, contra las propias carencias. De joven, en mi casa de Zaragoza, copiaba en un rincón cuadros impresionistas (¡aquél de Mallarmé por Manet!) con bastante poca fortuna y resignación de mi madre ante los zancochos pinceleros en el baño. De treintañero retomé mi afición, en Madrid y en Nueva York, en parte acicateado por el ejemplo de Arturo Guerrero (https://www.arturoguerrero.net/), gran pintor, extraordinaria persona y entrañable amigo, que merece una antológica por todo lo alto.

Guardo grande y grato recuerdo de aquellos años, en mi estudio alquilado en la calle Augusto Figueroa de Madrid y en un edificio de chinos maquileros reconvertido en estudios de alquiler en Broadway con Canal Street, en Nueva York. En Madrid, entre contratos neoyorkinos, pasaba el día en mi estudio, una salón de un piso grande despiezado con fines recaudatorios, de techo alto y dos maravillosos balcones con contraventanas, en ese barrio estupendo que era Chueca entonces, cerca de las tiendas de pintura de la calle Hortaleza. En Nueva York, salía de mi jornada de traducción en la Sede de las Naciones Unidas y tras un cambio de ropa y un picoteo apresurado, tomaba el metro hasta Broadway, dos cuadras más allá de Canal, y allí pasaba unas horas pintando mis monas, contento, sobre todo porque la pintura te permite silbar, véase tararear. Pintando me lo he silbado todo, especialmente los tríos de Brahms, que me sé de memoria, pero también las partitas de Bach y otras obras maestras, imposibles de enumerar. Ahora, pasados los años, he visto mis cuadros con la mirada de un hombre ya mayor (y nostálgico) y me han hecho gracia, pese a su clamorosa indigencia técnica. Yo quería decir cosas, y lo hacía, en un lenguaje algo torpe. Es la razón por la que los consigno aquí, pese a haber perdido definitivamente de vista muchos de ellos, regalado algunos a los amigos que se han dejado y vendido tres, de lo cual me arrepiento (de no haberlos regalado). Algunos muestran en la foto el ondulado resultante de años enrrollados en un altillo de armario. 

Con Arturo Guerrero en mi estudio de Augusto Figueroa, a finales de los 90. 

Pintando monas I

(Entre paréntesis, localización actual del cuadro. (NPI = ni pu.. idea; algunas medidas están sacadas a ojo de buen cubero, pues no las apunté)

East 22nd St between Lex & Third, home

Óleo sobre tela, 126 x 106 cms. 

Nueva York, ¿1995? 

(S. L. de El Escorial)

De Madrid a Paul Klee

Óleo sobre tela, 75 x 60 cms.

Madrid, 1997

(Ginebra)

La terracita de Vallehermoso

Madrid, 1996

Óleo sobre tela

(Ginebra)

Sol y sombra I

Óleo sobre lienzo, 126 x 102 cms. 

Madrid, 1992

(Ginebra)

Tudor City (Nueva York)

Óleo sobre lienzo, 91 x 80 cms. 

Nueva York, 1993

(S. L. de El Escorial)

Gramercy Park (Nueva York)

Óleo sobre lienzo, 70 x 50 cms. 

Nueva York, 1994

(Madrid)